No es raro, oir decir a los padres 'cuando mis hijos sean adultos ya decidirán por sí mismos pero mientras vivan bajo mi mismo techo decidiré yo por ellos.'
La
mayoría de estas personas desean lo mejor para sus hijos. Sin embargo,
muchas veces los padres trasladan sus miedos, gustos, preocupaciones,
ideologías... sin darse cuenta de que sus hijos son seres independientes
que deben descubrir por sí mismos quiénes son y el mundo que les rodea.
Todos nacemos con un carácter determinado pero nuestra personalidad se
moldea de acuerdo a la vulnerabilidad biológica pero también a la
psicosocial, las experiencias vividas. Si pretendemos que sean como
nosotros queremos, a nuestra medida, pueden aparecer frustraciones.
Ya
sea desde una educación permisiva o autoritaria, desde la más absoluta
afectividad o negligencia, tener la percepción de que 'mi hijo es una
cosa mía y voy a hacer con él lo que yo quiera' favorece la aparición de
múltiples relaciones paterno-filiales patológicas; desde la
dependencia emocional hasta el maltrato. Enrique García (García, Enrique
(2002). El maltrato infantil en el contexto de la conducta parental:
percepciones de padres e hijos. Psicothema. Vol. 14, nº2, pp. 274-279)
detectó que los padres inmersos en una situación de riesgo de maltrato
hacia sus hijos percibían las relaciones con un pobre énfasis en la
independencia y el logro como metas del desarrollo y el clima familiar
como una estructura rígida con altos niveles de control. En estas
relaciones en riesgo podemos ver un claro signo de una percepción
perjudicial de la relación paterno-filial, que no permite la
independencia de los hijos ni mantiene un clima flexible.
Muchos
pueden pensar que no controlar a los hijos, no tratar de imponerles
gustos, ideas, religiones,...es sinónimo de fracaso. Pero lo que yo
pretendo trasladar aquí es que no percibir a los hijos como propiedades de los padres, no debería estar reñido con la idea de que los padres deben servir de guías, de orientadores. Y
esta es la verdadera y más difícil tarea de éstos. Los niños deben
tener referentes en los que fijarse para desarrollarse psicosocialmente;
referentes morales, orientadores saludables, que traten de mostrar qué
es la responsabilidad, la educación, la estabilidad, qué está bien y qué
no... Para ello será necesario corregirles, reforzarles, castigarles
pero también ofrecerles apoyo y transmitirles afecto.
La
cuestión más importante es que los padres deberán ser los mejores
orientadores que permitan a sus hijos descubrir quiénes son sin perder
el rumbo que les mantenga en armonía consigo mismos y con la sociedad.
Propongo
un sencillo ejercicio para 1) tratar de darnos cuenta de aquellas
acciones que realizamos que impiden que nuestros hijos sean
independientes y 2) para proponer otras que sí lo favorezcan:
Confieso:
- Temo que mi hijo se pierda en el camino.
- Me gustaría que evolucionase como yo quiero y que su ritmo sea el que a mí me guste.
- Quisiera tenerle siempre a mi lado y temo que algún día se separe de mí.
- Quisiera que tuviéramos las mismas ideas políticas y religiosas.
- Temo que se relacione con alquien que a mí no me guste.
- No quiero que sufra por algo por lo que yo creo que no merece la pena.
- No me gustaría que luchase por algo que a mí no me parece importante.
Prometo:
- Dejarle pensar por sí mismo.
- Permitirle relacionarse con los demás.
- Dejar que pruebe, que aprenda y que se equivoque.
- Permitirle que se enfade.
- Alegrarme por sus triunfos aunque yo no haya formado parte de ellos.
- Aceptar su identidad, su personalidad y sus emociones.
- No exigir ser la única partícipe de su educación.
- No transmitirle mis miedos e inseguridades.
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