A menudo me encuentro con personas que tienen sentimientos de vacío, de estar desubicados, no encuentran su lugar y su función en el mundo. Son personas que en ese momento no entienden el significado de la vida, no le encuentran sentido. Estos sentimientos pueden ir acompañados de otros, como la soledad, la melancolía, la incertidumbre, etc.
Desde mi punto de vista, creo que esta situación puede enmarcarse en una crisis de identidad. Como explicó Erikson el proceso de construcción del yo (de nuestra identidad) es un proceso que dura toda la vida, es continuo. Y para un desarrollo sano del yo, las crisis deberán ser resueltas con éxito. La familia, las experiencias, las creencias, entre otras, tomará un papel importante en esta construcción.
¿De dónde vienen estas crisis de identidad?
Vienen dadas por situaciones que no sabemos cómo afrontar con nuestros recursos actuales o con nuestra forma de entender la vida en esos momentos. Necesitamos parar y replantearnos cómo vamos a afrontar a partir de ahora, no sólo ese acontecimiento sino, la vida en general. Estamos hablando de situaciones que conllevan pérdidas; una separación traumática, la pérdida de un ser querido, la pérdida de un empleo estable, dejar de estudiar y afrontar una nueva vida laboral, dejar la ciudad natal,... en definitiva afrontar cualquier tipo de pérdida de nuestra vida actual y afrontar una situación nueva.
Todos, o la gran mayoría, habremos pasado por una crisis como esta en la adolescencia, en la que también se asume la pérdida de la protección familiar para hacer frente a una nueva forma de afrontar la vida, la autonomía.
Seguro que rápidamente podemos asociar estas circunstancias a la actual crisis económica. La época que vivimos está provocando pérdidas en todos los ámbitos: laboral, social, lúdica, familiar, vivienda, etc. Estos cambios pueden suponer una amenaza a nuestra identidad, a la forma de entendernos a nosotros mismo y al mundo.
Desde la filosofía (existencialismo) se ha identificado esta situación con la crisis existencial desde la que se realizan preguntas del tipo: ¿qué hago yo aquí? ¿cuál es el sentido de la vida? ¿de que sirve la vida si todos vamos a morir?
Nota positiva
De todo esto, cómo siempre, se puede extraer algo positivo: crisis significa cambio, y el cambio es una oportunidad que no podemos desperdiciar. Todas las nuevas situaciones ofrecen la posibilidad de crecer: valorarnos y conocernos, ponernos a prueba, explorar nuevos aspectos de nuestro ser que hasta ahora permanecían dormidos, ampliar enormemente nuestro abanico de habilidades, etc.
...pero ¡cuidado!
Sin embargo, si no sabemos gestionar nuestras emociones y nuestros pensamientos esta crisis de identidad puede derivar en depresión, ansiedad, estrés o una situación de desadaptación al medio.
¿Por qué hablo de las emociones? emoción y cognición van cogidas de la mano durante toda nuestra vida. Cada una influye a la otra. La manera en que yo me sienta (triste, enfadado, alegre, culpable, etc...) va a influir en nuestro autoconcepto, en nuestra autoestima, en las creencias que tenemos sobre nosotros mismos y sobre el mundo.
Como si se tratara de un barco, tenemos que coger el timón y reconducir nuestro camino hacia la meta final; encontrarnos en el lugar dónde, a la vez que nos sentimos cómodos, somos capaces de desarrollar nuestras habilidades y vivir en plenitud.
1. Necesitamos nuestra propia guía de valores: una buena técnica para saber qué es lo que realmente nos importa es preguntarnos cómo nos gustaría que nos recordaran cuando muramos.
2. Buscar y disfrutar de nuestras pasiones.
3. Es importante tener roles establecidos en la vida: el rol de madre, el de estudiante, el de profesional,...
4. Entender cuál es esa situación que ha hecho replantearte tu identidad y aceptar el cambio, integrarlo en nuestra vida.
5. Conectar con lo que realmente se siente y comprometerse con los cambios, ser responsable de lo que uno siente.
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