Las parejas afectivas deben evolucionar y adaptarse a los múltiples cambios que van teniendo lugar a lo largo de la relación, como el incremento de la familia, las expectativas de cada uno de los miembros, la gestión de recursos materiales o sociales, la satisfacción sexual, etc.
¿Qué queda cuando termina ese cóctel químico?
- Fase de noviazgo: en la que se intercambia afecto, interés por el otro, tiempo de ocio. No existen decisiones importantes que tomar y aún hay un cierto desconocimiento sobre la pareja. Este desconocimiento, por un lado atrae y por el otro lo suplimos con las fantasías que construyen la idealización.
- Fase de compromiso: conforme va avanzando la relación, se exige un mínimo de compromiso que aporte seguridad y confianza. Convivencia, monotonía, obligaciones, responsabilidades, etc.
Es en esta última fase cuando pueden surgir los conflictos. El conocimiento sobre la otra persona es mayor y esto provoca que comparemos esta nueva imagen con la que habíamos construido durante las fases anteriores. Entran en juego las dudas, los desengaños, las quejas. Es entonces cuando se debe valorar si se comparten expectativas, tiempo, gustos y afecto que permitan una buena relación.
Los principales quejas son sobre falta de comunicación, de dedicación y de afecto. Y la mayoría de personas tienden a dedicar todos sus esfuerzos en cambiar al otro. Sin embargo este suele ser el principal motivo de mantenimiento del problema. Será muy importante trabajar la reciprocidad y la comunicación para poder conciliar los diferentes puntos de vista de la pareja y cooperar en la construcción de una relación mutuamente satisfactoria.
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